La Biblia debe estar en el centro de la vida y la misión de la iglesia. Creo que todos estamos de acuerdo con esta afirmación. Ahora bien: ¿cómo manifestamos esa centralidad? De eso hemos venido hablando en las últimas entregas, sugiriendo algunas formas prácticas:
1. Apartar un tiempo en todos nuestros cultos para la lectura pública de las Escrituras.
2. Promover la predicación expositiva de la Biblia: ¿qué dice el texto?
3. Fomentar la memorización bíblica.
4. Ayudar a las nuevas generaciones a desarrollar una cosmovisión bíblica.
Hoy presentamos una quinta propuesta:
5. Revitalizar la enseñanza de toda la Escritura en nuestras iglesias.
Si bien toda generalización acarrea cierta injusticia, debemos reconocer que en los últimos años ha habido un descenso notable en las actividades de enseñanza bíblica en muchas congregaciones. Programas como la “escuela bíblica dominical” han sido discontinuados, pero lamentablemente, en muchos casos, no reemplazados por nuevas propuestas de enseñanza bíblica. En lo que se refiere al programa para niños, a veces hemos puesto demasiado esfuerzo en el entretenimiento (que “no molesten durante el culto”), o en el simple conocimiento intelectual de historias. Otras veces hemos caído en aplicaciones moralizantes de las Escrituras, olvidando que el centro de la Biblia es Dios, no nosotros.
La Biblia no es solamente un libro de lecciones morales. Por supuesto, nos enseña cómo podemos vivir de una manera que agrada a Dios, pero reducir las historias de la Biblia a eso solamente es esconder la persona y la obra de Dios.
Por ejemplo, a veces podemos enseñar la historia de la multiplicación de los panes y los peces, enfatizando la importancia de compartir nuestra merienda con otros. Por supuesto que es importante aprender a compartir, ¿pero es esa la lección principal? No. El punto central de la historia es un Salvador capaz de satisfacer todas las necesidades de los hombres. ¿Cómo termina la historia? ¿Qué dice la gente? “¿Qué bien este niño, como estuvo dispuesto a compartir los panes y los peces?” No. La gente dijo de Jesús: “Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo”. Debemos cuidar de no caer en enseñanzas simplemente moralizantes, sin presentar a Aquél que verdaderamente transforma la vida.
Cito a la conocida educadora cristiana, Sally Michael: “Un líder de ministerio de niños y preadolescentes mira no solo la necesidad presente, sino también mira 15 o 20 años adelante y se pregunta: ¿Cómo podemos levantar una generación de hombres y mujeres que tengan una comprensión bíblica de Dios? ¿Qué haremos para ayudarles a vivir y aplicar el evangelio en su vida diaria? ¿Qué versículos queremos que ellos puedan recordar cuando sean adultos mayores, y se acerque la hora de presentarse ante el Rey? ¿Cómo queremos que respondan dentro de veinte años, cuando la tragedia golpee a sus puertas? ¿Cómo queremos que vivan su compromiso con la iglesia local y con la obra misionera mundial? Lo que imparte y nutre esta visión no es nuestra propia imaginación, ni nuestra creatividad, ni nuestra capacidad de proyectar el futuro, sino la Palabra de Dios. Por eso esa visión debe ser despertada por la Palabra de Dios, moldeada por la Palabra de Dios, nutrida por la Palabra de Dios e impulsada por la Palabra de Dios.”
¿Podemos asumir el compromiso de desarrollar programas de enseñanza bíblica para todas las edades? ¿Podemos soñar con familias enteras yendo con gozo a la casa de Dios a aprender sus leyes y testimonios?
Por Rubén A. Del Ré, director general de la Sociedad Bíblica Argentina.