¡Qué difícil fue para Jesús hacer que sus discípulos entendieran que su reino no consistía en la destrucción de Roma! Usar la religión para lograr objetivos políticos y respaldar intereses económicos no es algo nuevo. Las cruzadas y las guerras de religión de la Edad Media son un ejemplo.
Interpretar la esclavitud como la voluntad de Dios para sostener la explotación del ser humano es otro ejemplo. Hoy, algunos políticos en mayor o menor medida pretenden usar la religión para fines espurios, ya sea para posicionarse en el poder, o para lograr respaldo a otras medidas. No importa si el contexto es una pandemia y cientos de miles de muertos. El fin justifica los medios, diría el príncipe Maquiavelo.
Cuando un líder solo dice lo que la gente quiere escuchar, no hay un futuro promisorio para el pueblo. Líderes religiosos con limitado discernimiento o bien con pocos escrúpulos se dejan llevar por ese juego macabro del poder. Jesús no aceptó la oferta maligna de adorar a Satanás para obtener poder sobre los reinos de este mundo. Sin embargo, muchos de sus seguidores han cedido a la tentación de aceptar los ofrecimientos del poder y terminaron perdiendo sus principios y valores en el altar del renombre y el reconocimiento. Una iglesia independiente del poder político tiene la libertad para discernir y hablar objetivamente. No necesita del favor engañoso de ningún gobernante, sea quien sea. Sobre todo si a la postre terminará perjudicando a la misma grey y desfavoreciendo su misión.
Esa independencia permite a la iglesia ser atalaya sobre temas referidos a la Palabra, y a la vez cumplir con el principio bíblico dado por el apóstol Pablo en Romanos 13 de someterse a las autoridades. Lo contrario puede llevar a caer en la manipulación de textos bíblicos para justificar un accionar fundamentalista y sin criterio, sin justificación alguna en la Palabra ni en el sentido común, y con el triste resultado de confundir y traer divisiones y contiendas en el mismo pueblo de Dios, y como consecuencia, alejando a su vez a muchos de la misma fe. El contrasentido es que terminaríamos dañando y perjudicando a quienes queremos ayudar y alcanzar. El valioso don de martirio no podría nunca ser confundido con manipular y exponer a la grey a su propio daño sin sentido alguno. Sería un gran error, aunque uno más en la historia. Siempre hubo y habrá predicadores oportunistas del momento que no les importe el bienestar de la grey sino su propia estima y renombre.
Las redes sociales permiten ver muchas cosas. Permiten crear una ficción de realidad. Discursos que son creados a partir de paradigmas inventados. La posverdad termina confundiéndose con la verdad misma y quitándola del medio. No importa tanto el sentido común y la realidad de los hechos. Es la dialéctica del discurso lo que importa. Aunque tenga un fundamento frágil, torcido o inexistente. Captar las emociones del momento es el objetivo primordial. Se termina confundiendo a la razón y distorsionando la verdad sin que nadie lo note. Pareciera que todo vale.
Somos vulnerables. Tenemos poca memoria. Esas son dos grandes ventajas de los engañadores del momento. Nunca escucharán las contradicciones de su mensaje. Cuando queden en evidencia como verdaderos ilusionistas o vendedores de humo, se escudarán en la inmunidad que brindan los seguidores. Una sensación de impunidad para decir libremente cualquier cosa. Siempre habrá nuevos y viejos ilusionistas. Siempre habrá nuevos y viejos seguidores. La historia se repite una y otra vez.
La iglesia primitiva no necesitó de templos para crecer. Cuando transó con Constantino de Roma para ser la religión oficial, se acomodó al poder de turno y perdió su verdadera esencia. Los creyentes dejaron las casas para ir a los templos. Se aferraron a ritos y liturgias. Tristemente su alianza con el poder la debilitó enormemente. La iglesia no necesita del favor del poder para subsistir. La iglesia siempre prevalecerá.
Tenemos una enorme oportunidad de crear un futuro mejor. Creo humildemente que no la tenemos que desperdiciar. Valorar la esencia, no la apariencia. Tener la férrea voluntad para no escuchar el canto de las sirenas y sostener la verdad del Evangelio libre de toda contaminación. Honrar la herencia recibida. Ser una generación que escucha el llamado a transformar el mundo y dejar uno mejor que el que recibimos. Podemos pensar distinto, pero seamos uno en Jesús. Seamos sal y luz en medio de tanta oscuridad. Que nuestros hechos de amor hablen más fuerte que nuestras palabras. Los frutos de nuestro andar dejarán conocer el árbol que representamos. No dejemos de tener los ojos puestos en Él, Autor y Consumador de la fe.
Editorial de Christian Hooft, vicepresidente de Relaciones Internas de ACIERA.