Editorial
Sin dudas no es fácil responder a esa pregunta. Pero intentemos analizar a la luz de la Palabra, e ir obteniendo conclusiones que nos ayuden a decidir con sabiduría.
Al día de hoy, en el mundo entero más de 9 millones de personas fueron contagiadas por el Covid19. En consecuencia, lamentablemente fallecieron, más de 480 mil personas. La mayoría de las víctimas, perdieron la vida en países desarrollados, con sistemas sanitarios del primer mundo, y aun así, no pudieron contener a tiempo la pandemia.
La naturaleza de esta enfermedad se tradujo en una pandemia mundial. La respuesta de la mayoría de los especialistas y autoridades de gobierno en todo el mundo, fue decretar cuarentenas rígidas y estrictas. El aislamiento social resultó y aun hoy resulta, la única medida efectiva de protección ante el riesgo de contagios, hasta que una vacuna pueda empezar a resolver de fondo el problema del Covid19, como ha ocurrido con otras pandemias en el pasado.
En Argentina, se denunciaron oficialmente más de 49.851 mil contagiados (algunos afirman que pueden ser muchos más), y 1124 compatriotas perdieron la vida. El gobierno dictó de manera temprana la obligatoriedad del aislamiento social, medida que generó opiniones varias pero que rindió resultados positivos, en comparación con países de la región, que hoy sufren cifras dolorosamente más abultadas de infectados y fallecidos. Pero lamentablemente, por la cercanía del invierno y las previsiones de los infectólogos, estamos a las puertas de un escenario de mayor criticidad, con lo cual, se requiere mayor prudencia y sabiduría en las decisiones a tomar en todos los órdenes.
Ahora bien. La cuarentena, hace semanas que empezó a mostrar sus efectos negativos y profundos en cuanto a sus efectos colaterales, como la crisis económica de millones de ciudadanos, quebranto de empresas, la imposibilidad de realizar actividades que formaban parte de nuestra cotidianeidad, como libre circulación, reuniones públicas, eventos deportivos, celebraciones culticas en los templos, etc.
La pregunta aquí es ¿ha desaparecido el Estado de Derecho en Argentina y en el mundo? ¿Las libertades constitucionales están siendo vulneradas por los gobiernos? ¿Debemos convocarnos a la desobediencia civil y la resistencia pacífica? ¿O existe un consenso social, político, de carácter internacional, que aceptó esta situación excepcional y transitoria mientras dure una situación igualmente excepcional como la pandemia?
Veamos
¿Qué es desobediencia civil?
Hay temas como la ética de la vida, la familia, el aborto, la educación sexual, la igualdad, la xenofobia, la segregación racial, u otros de similar importancia, donde como iglesia de Cristo, y sociedad civil, no permitiremos que el Estado vulnere nuestros derechos. Jamás. Daremos eventualmente la más valiente batalla por la fe, nuestros valores y nuestros derechos, si eso ocurriera, como ya lo demostramos recientemente. La manifestación pacífica fue utilizada por grandes hombres de la historia como Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela, para alcanzar conquistas sociales históricas, que marcaron verdaderas transformaciones en sus países y generaciones, erradicando profundas injusticias sociales que se habían prolongado por siglos enteros, y expandiendo derechos al conjunto de la sociedad.
Si analizamos esos casos, comprenderemos la extrema diferencia que presentan con la situación actual.
En el presente, como iglesia de Cristo somos confrontados a entender lo que ocurre, y obrar en consecuencia. Ante la imposibilidad de reunirnos de modo físico, en los templos, como lo hacíamos antes de la pandemia, estamos encontrando a través de los medios digitales un nuevo mundo de oportunidades para entregar el mensaje de Cristo o volviendo a los templos en aquellos lugares habilitados por protocolos, cumpliendo las medidas de higiene y seguridad, y vemos cómo miles de almas son alcanzadas de un modo mucho más efectivo incluso que las formas tradicionales que conocíamos hasta ahora.
Adicionalmente, hemos podido desarrollar una enorme cantidad de acciones solidarias de ayuda a nuestros hermanos más necesitados, sin ningún tipo de obstáculos, cumpliendo las normas sanitarias, y multiplicando la bendición del dar.
De modo que, entender esta situación, nos brinda nuevamente la oportunidad como iglesia, de ser luz y sal. Aceptar las medidas vigentes de aislamiento, sin dejar de dar testimonio de nuestra fe, nuestra solidaridad, nuestra capacidad de ser ejemplo de adaptación en medio de las crisis, de nuestro ADN de convertir crisis en oportunidades. De mostrarle a la sociedad cuál es el carácter de los hijos de Dios. De vivir lo sobrenatural cada día. Del mismo modo que el apóstol Pablo superó todo tipo de dificultades y obstáculos a fin de extender el mensaje del Evangelio, con gozo, con alabanzas, mostrando el espíritu superior de Cristo aun en medio de circunstancias extremas. Como el apóstol Pedro, que aun en lo más profundo de su celda, llenó el ambiente con tal clima de alabanza, con la que alcanzó la libertad.
En esa dirección, nada quiere decir que dejemos ni por un segundo de estar alertas y velar. Seremos firmes a la hora de exigir al Estado o a quien corresponda, que se respeten nuestros derechos, si los mismos son vulnerados durante o en la etapa post pandemia. Velaremos por el respeto absoluto de nuestras libertades constitucionales. Iremos acompañando el proceso de apertura de nuestros templos a medida que los riesgos de contagio retrocedan. Como también, seguiremos en el proceso de cumplir nuestra vocación, en ser instrumentos de transformación a la manera de Jesús; llevando los alcances de la influencia del Reino de Dios a cada esfera social como la educación, las artes, la política, los negocios, y cada ámbito donde Cristo pueda ser mostrado y como iglesia ser agentes de cambio.
Hemos afirmado que, estamos en pie de batalla en relación con los temas de bioética como siempre.
Hoy más que nunca es tiempo de estar unidos. Incluso en las diferencias de pensamientos y criterios; permaneciendo en un mismo sentir. Si como iglesia de Cristo logramos practicar la unidad, entonces el mundo creerá, y Argentina también podrá sanar de sus heridas de grieta y división histórica. Ya que el Señor nos ha llamado a cumplir con el ministerio de la reconciliación, caminemos juntos puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.
Rubén Proietti
Presidente de ACIERA