En sintonía con la Palabra de Dios, según el pasaje que se encuentra en 1 Corintios 12:26a que dice: “Si un miembro del cuerpo sufre, todos los demás sufren también…” (DHH), es necesario que juntos compartamos los dolores de nuestros hermanos y hermanas que sufren. La pandemia provocada por el Covid-19 ha dejado un número de decesos importante en el Cuerpo de Cristo. También aquellos que partieron por otras causas, pero que debido la crisis mundial que venimos soportando, tampoco hubo posibilidad de despedir los restos mortales de aquellos seres amados que ya no están. Padres, hijos, esposos, abuelos y nietos, todos sufrimos la pérdida de un ser amado.
Humanamente las palabras no alcanzan, pero espiritualmente sabemos que el consuelo sólo proviene de Dios y todo lo que él da, lo podemos dar también en su poder y amor. “Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren” dice 2 Corintios 1:3-4 NVI. Porque el dolor se comparte y Dios consuela de tal modo que también podemos compartir consolación.
En estos tiempos es donde se ve a la iglesia de Jesucristo moviéndose a misericordia, apoyando, alentando y levantando al caído, consolando al dolido, siendo uno sólo en el abatimiento para alcanzar juntos el oportuno socorro por Dios prometido. No es un discurso frívolo, es un mover del Espíritu Santo de Dios.
Nos llegan noticias, cartas y videos desde diversos puntos de nuestra nación y de diferentes países, también, que dan cuenta de tantos hombres y mujeres de Dios fallecidos en este tiempo que nos toca atravesar. Nos duele. Nos conmueve. Y nos sacude. La necesidad tiene cara de hambre, de desesperanza, de dolor profundo, de angustia, de ansiedad, de temor, de falta de trabajo, de vulnerabilidad… no podemos dar la espalda al dolor ajeno.
Queremos alentar a aquellos que están cansados, agobiados a confiar en el Señor, llevar las cargas, las angustias a la Cruz, con la convicción de que el Espíritu Santo, que es nuestro Consolador, los fortalecerá. Sentirán la paz que sobrepasa todo entendimiento en esta hora de dolor. Esa paz que proviene de lo Alto y Profundo, que sólo se puede transitar cuando estamos tomados de la mano del Señor Jesucristo, con la viva esperanza en su poder como quien es: el resucitado (Efesios 3:16).
La unidad del Cuerpo de Cristo trasciende toda frontera, cultura e idioma y siendo una parte vital de este Cuerpo, no podemos dejar de obrar tal como la Palabra de Dios nos insta: “Si un miembro del Cuerpo sufre, todos los demás sufren también”, como mencionamos al principio. Por lo tanto, acompañamos a todos aquellos que necesitan que los abracemos, los sostengamos, nos pongamos a su lado para apoyarlos en medio de tan gran prueba.
Muchos de nuestros amados que hoy gozan del descanso eterno, han servido de manera incansable en la vocación con la cual un día fueron llamados. Algunos cuidaron de la grey del Señor, otros fueron la grey cuidada. Predicaron el glorioso Evangelio a tiempo y fuera de tiempo, otros lo recibieron. Sirvieron en sus comunidades aun poniendo en riesgo sus propias vidas. Seguramente, dejaron una huella y un legado sobre el cual nos animamos, unos a otros, a continuar (Hechos 13:36). Nuestro Dios a través de la historia, ha tenido el control sobre toda circunstancia y creemos que lo seguirá haciendo, porque Él es fiel y las promesas que el Señor Jesús nos ha dado, son un apoyo poderoso aun en medio de lo inesperado. ¡Caminemos juntos en esa esperanza, sabiendo que ¡Él es el GRAN YO SOY!
¡Dios los bendiga abundantemente!
CONSEJO DIRECTIVO NACIONAL DE ACIERA
Buenos Aires, 4 de Agosto 2020